Cuando se cumple medio siglo de ocupación de los chinos en el Tíbet, el Dalai Lama, desde su exilio en Dharamsala, clama por una solución justa para las legítimas aspiraciones de este maltratado pueblo.
Dicha ocupación ha supuesto para los tibetanos una auténtica alienación en todos los sentidos, pues a la invasión física de su territorio, con cientos de miles de víctimas, se une la llamada "reeducación", un programa de extinción de todo signo de identidad cultural y nacional, un sufrimiento difícil de imaginar para estas personas.
El líder espiritual y político del Tíbet, Tenzin Gyatso, el XIV Dalai Lama, aboga ahora por una solución intermedia, una autonomía genuina que al menos permita a este pueblo vivir con unas mínimas garantías de dignidad, pero el gobierno chino, en su línea habitual, de momento no quiere saber nada del asunto.
Parece mentira que a estas alturas la comunidad internacional asista impasible a tamaña injusticia, tan ágil y activa como resulta ante otras situaciones similares en otros lugares del mundo, quizá más estratégicos, más interesantes o más productores de petróleo.
Ánimo, todos podemos hacer algo para apoyar esta causa.
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